jueves, 21 de diciembre de 2017

EL CLUB DE LOS MENTIROSOS

No deja de ser paradójico que en El Club de los mentirosos la autora cuente toda la verdad de su familia. Si el destino te pone unos personajes así ¿Para qué inventar nada? Unas memorias de novela. Una madre abonada a la mala leche. Un padre presidente del club de los mentirosos. Dos hijas haciendo juego con los padres. Un lugar en Texas, Leechfield, donde, en palabras de la madre, solo se puede jugar, pescar o follar; azotado por los huracanes y el veneno de las refinerías de petróleo. Con este escenario coje el libro por las hojas, sienta el culo en una silla y disfruta como hacían los vecinos de los Karr cuando la familia montaba el espectáculo. Dejaban de follar, pescar o jugar, cogian las sillas y se dedicaban a ver a la familia Karr en los días de vino y rosas. En la barra de la Legión Americana, sede del club de los mentirosos, los miembros se pasaban la vida clavados en aquellos taburetes color sangre como puntos de una elipse rumbo al olvido. Algunos parroquianos llevaban tanto tiempo sin moverse del sitio que prácticamente estaban cosidos a los taburetes con telarañas. Estas memorias se pudieron escribir gracias a que: conforme iban desapareciendo en mi familia los tabúes aumentaba vertiginosamente el nivel de sinceridad. Ya no había ninguna necesidad de correr un tupido velo sobre la propensión de mi madre a beber y a usar armas de fuego, ni sobre el número de veces que se había casado, siete, dos veces con mi padre). Mary Karr cuenta la historia de la familia con gracia y desparpajo. El final, como el de todo el mundo, triste. Como diría el padre de la autora. "Qué le den por el culo a todo y a todos".

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